DESDE LOS HIMALAYAS 278
Hablar de mi papá se ha convertido en mi actividad favorita por encima de todo. Compartir sus divertidas e interesantes aventuras en los lugares más escondidos e inesperados del planeta; sus fantásticos cuentos de acción, con los que llenaba de asombro mi niñez y la de mis hermanos, donde él era el protagonista de una película de acción, teniendo siempre alguna hazaña heroica para cada una de sus cicatrices; sus incontables anécdotas en sitios extraños, memorias de un hombre con vocación de trotamundos, deseoso por descubrir nuevos panoramas y paisajes, fluyendo como el viento.
Mi papá era un hombre multifacético en todos los aspectos, intentar encasillarlo me resulta imposible, pues era tanto y tantas cosas tan variadas que intentaré expresar lo que yo veía en él.
Era dueño de un espíritu de niño eterno, ansioso por comerse el mundo, en búsqueda constante de lo innovador, con una determinación y voluntad inquebrantable; necio y terco cuando algo cruzaba su mente. Corazón de infante y mente de viejo, adelantado un paso a los demás, un poco vidente se podría decir, pues por lo general atinaba sus predicciones.
Siempre en constante movimiento, se definía como deportista frustrado, aunque los que tuvimos la dicha de compartir algún entrenamiento con él, ya fuera corriendo, en bicicleta o en un campo de fútbol, sabíamos que era un deportista nato.
No existía reto que pudiera con él, esa constancia y empuje lo llevaron a conquistar los maratones de las ciudades más icónicas del planeta como Chicago, Nueva York y Roma. Llevó tantas veces su cuerpo al límite, volviéndose capaz de lograr lo imposible.
Crecí siendo testigo de su fuerza y voluntad. Desde que puedo recordar, trabajaba día con día por un futuro que solo él visualizaba, apostándolo todo a un proyecto bastante ambicioso para un joven soñador con familia que cuidar; luchando contra corriente, abriéndose camino en un ramo de negocio en pleno crecimiento, y al mismo tiempo malabareando para ser un papá presente.
Ahora me doy cuenta de que no le fue fácil. Su trabajo le consumía la mayoría de su tiempo, y aun así se las arreglaba para asistir a los momentos importantes de sus hijos.
Su faceta más importante, al menos para mí, fue la de padre. Su impacto en mi vida es tanto y tan constante que, aunque físicamente ya no está, sigo aprendiendo cada día de él, sigue siendo parte de todos mis pensamientos, mi inspiración, lo observo a través de mí en cada decisión que tomo con base a la educación y ejemplo que me dio, enfocada en ser mejor que ayer.
Está presente cada vez que comparto sus historias, esa es mi manera de volverlo eterno. Su deseo de volverse omnipresente se ha cumplido.
Nada te prepara para afrontar un vacío tan abismal, y ahora que lo pienso, intentó prepararnos toda la vida; desde pequeños nos hizo fuertes e independientes, y creo que eso lo confortaba, saber que, si algún día nos hacía falta, estaríamos bien… y lo estamos, aunque lo extrañemos tanto.
Nuestra responsabilidad como hijos es mantener a través de nuestras acciones su nombre en alto. Demostrar cada valor y enseñanza que sembró en nosotros, descubriendo a cada momento pedacitos de él en el reflejo del espejo.
Seguiré hablando de mi papá en cualquier oportunidad posible, hinchándome el pecho de amor y orgullo, haciendo honor a la vida de un hombre único en su tipo y manteniendo vivo su espíritu a través de nuestro recuerdo.
Ashanti Romero Pérez