Desde Los Himalayas 309
Jesús, Gzuz, Cuñis…
Se siente extraño escribirte, pero también me da paz. A veces todavía espero que aparezcas con esa energía tuya, con tus comentarios que siempre hacían pensar o reír.
Hablar de ti, Jesús, es hablar de una presencia que permanece, incluso cuando ya no estás físicamente. Siempre tuviste esa capacidad tan tuya de hacerte notar sin necesidad de alzar la voz; bastaba una mirada, una idea o una reflexión inesperada. Dejabas huella sin proponértelo, en cada conversación y en cada gesto, con esa combinación de calma, humor y esa manera muy tuya de observar el mundo.
Siempre veías más allá de las personas, de los momentos, de lo que se decía y lo que no.
Lo que más recuerdo de ti, es tu manera de ver la vida: esa calma curiosa que te hacía encontrar un significado más profundo del que alcanzábamos a ver. Tenías un talento para convertir lo cotidiano en algo que valía la pena observar. Podías tomar una charla sencilla y transformarla en una reflexión que se quedaba dando vueltas en el corazón. Ese fue uno de tus mayores regalos: enseñarme a observar todo de distinta manera, a ver la magia en todas partes.
Hay un recuerdo que siempre vuelve cuando veo pasar un avión. En esas madrugadas, mientras esperabas algún vuelo de tus múltiples viajes y luchabas contra el sueño para no quedarte dormido, me mandabas un mensaje para contarme a dónde ibas o qué aventura te esperaba.
Eran conversaciones breves, pero llenas de tu energía y de esa curiosidad tan tuya por el mundo. Esos momentos, tan simples, se fueron quedando como una de esas memorias que regresan sin avisar, como un recordatorio de lo mucho que disfrutabas recorrer nuevos caminos.
Con el tiempo entendí que no hace falta un gran momento para que algo quede grabado. Contigo, lo cotidiano se volvía especial: una conversación tranquila, un comentario sensato, una broma que quitaba peso a cualquier día. Aprendí mucho solo con observar cómo caminabas por la vida.
Siempre admiré tu forma de ser, la manera en que enfrentabas la vida, tu fuerza, tus valores y el amor tan claro que tenías por los tuyos. Admiraba tu forma de vivir la vida intensamente. Admiraba también la manera en que, sin decir demasiado, transmitías confianza, calma y cariño. Tu presencia era silenciosa, pero marcaba. Te convertiste en un ejemplo, un punto de apoyo y una inspiración.
Y te veo en ella… en tu hija, en Sofi. Cada vez que la miro, aparece algo tuyo sin esfuerzo: una expresión, una forma de hablar, un gesto que me hace pensar en ti. A través de ella sigues aquí, caminando con nosotros.
Hoy no estás aquí físicamente, pero sigues presente en cada historia que contamos, en cada gesto que nos recuerda cómo eras, en cada espacio donde dejaste tu luz.
Escribirte me hace sentirte cerca. Me recuerda que dejaste más que recuerdos: dejaste una manera de mirar, una calma, una certeza y un cariño que nos acompaña. A veces duele recordarte, pero recordarte también sostiene. Porque contigo aprendí que hay presencias que no desaparecen, solo cambian de forma. Sigues presente en detalles, en conversaciones, en lugares que guardan un pedacito de ti. Sigues aquí, de una manera distinta pero real.
Espero que desde donde estés puedas sentir el cariño que sembraste, que sepas cuánto te extrañamos, cuánto significaste para nosotros, y que seguimos adelante con todo lo que dejaste en nuestros corazones.
Te abrazo hasta el cielo, te abrazo hasta los Himalayas, te abrazo hasta cualquier parte del mundo donde estés viajando, corriendo maratones y tomando las fotos más increíbles, te abrazo en tus hijos, te abrazo en Fa, te abrazo en cada recuerdo juntos, y te abrazo en cada uno de los corazones en donde te quedaste para siempre.
Con cariño, siempre
Mayra Campos Campos







