Hacienda San Lorenzo, hogar de los vinos de Casa Madero
Tomar vino es un placer, hacerlo en la vitivinícola más antigua de América es un lujo histórico y un gusto en el paladar. Tuve el honor de ser invitada por la familia Milmo, bajo la gestión de su enlace en mi región, la Sra. María Laura Bevilacqua, a pasar unos días en la Hacienda San Lorenzo para conocer un poco, sólo un poco de la magia que encierra cada botella que llega a las mesas con la etiqueta de Casa Madero.
Cuando decimos que 421 años de historia la avalan, es impresionante ver cómo en la línea del tiempo las bondades de la tierra, de la naturaleza y la perseverancia de los seres humanos hacen que la magia suceda.
El fértil y bello valle de Parras, Coahuila es donde se encuentra la vitivinícola más antigua del continente; los jesuitas en su interminable caminar descubrieron el maravilloso lugar, y al darse cuenta de la calidad de la tierra, la abundancia de agua y una variedad silvestre de vides, decidieron establecer su misión Santa María de las Parras. Ellos lograron el primer vino en el valle.
En 1595, Don Lorenzo García logró que los nativos convivieran en santa paz y solicitó al rey Felipe II de España la dotación de esas tierras; en 1597 logró su cometido y, recibiendo la merced del rey, se fundó oficialmente la Hacienda San Lorenzo, donde plantaron viñas para producir brandy y vinos.
Grandes historias se pueden contar hasta que en 1973 Don José Milmo tomó la dirección de Casa Madero: el rey de España prohibió la producción de vinos y destilados, pero la Hacienda jamás la detuvo; el cura Hidalgo pasó una noche preso en la Hacienda; don Evaristo Madero, abuelo de Francisco I. Madero, compró el lugar (de allí el nombre actual de los vinos); en 1970 se importaron 33 variedades de uvas finas para ver si lograban adaptarse al valle, y una década después se modernizaron los equipos con alta tecnología europea y californiana, empezando el auge de la empresa.
Esto no se logra de la noche a la mañana; no sólo cuentan las bondades de la tierra y las bendiciones de la naturaleza, sino el estudio constante y el compromiso de mucha gente que labora en la Hacienda. Don José Milmo, que en paz descanse, confió en su instinto, pero se preparó y preparó a su equipo para que esto sucediera.
Tuve el honor de conocer a su enólogo, Don Francisco Rodríguez, quien desde 1978 es parte de la empresa; durante tres días nos acompañó, mostrándonos a través de catas lo que busca para que las botellas de la casa ganen premios internacionales (desde 1980 han obtenido más de 700 medallas).
El Ing. Daniel Muñoz, el agrónomo a cargo de las tierras de los viñedos, con paciencia nos explicó la bendición del microclima del que goza la zona, libre de heladas y con clima seco, lo que permite una maduración de la uva muy especial. Los cielos son profundamente azules; el aire, limpio; las uvas, que me tocó probar todavía colgando de la rama, deliciosas; los caminos, sombreados por las parras silvestres nativas del lugar; el movimiento constante en fábrica al recibir las uvas; el paseo por las bodegas, contemplando siglos de historia; las pláticas; los alimentos compartidos a la sombra de nogales centenarios… todo hizo que estos tres días se hicieran memorables, no sólo por lo gozado, aprendido, compartido, sino por la certeza de que la naturaleza nos dona y somos nosotros los responsables de hacer de este don un beneficio.
Sin duda, Casa Madero lo logra al 100%; me emociono al saber que los hijos de Don José Milmo, Daniel y Brandon, siguen el compromiso que fundó su padre, abrieron la casa familiar, pero sobre todo abrieron su mundo para que lo entendiera, y hoy rindo reverencia por su trabajo.
Nada más acertado que la frase del sumiller Rentería, que dice que al beber los vinos de Casa Madero se bebe la historia de la casa, de una región y de un país.
BETTY VÁZQUEZ, CHEF.
www.garzacanela.com