Letras con sabor a mar
Ser viajera y no turista
Cada vez que empiezo mi planeación de viaje (y, como comentaba antes, esto sucede con meses de anticipación), lo hago con la intención de ser viajera y no turista.
Y se preguntarán ustedes, ¿cuál es la diferencia?
Desde muy chica empecé a viajar con mis padres; viajes cortos que se hacían interminables porque mis papás se detenían en cualquier lugar que les pareciera interesante, aun si no aparecía en sus guías de viajes ni sus planes.
Se detenían porque querían ser eso: viajeros y no turistas; platicaban con la gente, se interesaban por su vida diaria, sus retos y sus rutinas, sus alegrías y sus tristezas, querían conocer de qué y cómo vivían, sus gustos, sus carencias…
Al viajar con ellos, aprendimos a convivir con la gente, a sentir como ellos y a sensibilizarnos por las bellezas del viaje, los paisajes, las personas, la comida, las historias… que al final eran nuestros tesoros más preciados.
¡Cómo no acordarnos de algunos de nuestros viajes! Cada lugar significaba un olor o un sabor y sabíamos que, de regreso a casa, nos llevaríamos eso, los recuerdos que hoy nos nutren y nos hacen salivar.
Viajar en la adolescencia se volvió un reto; viajar con los amigos, definir destinos y la lucha de siempre (la de encontrar la economía suficiente para que el viaje tuviera más días y más aprendizaje). Al ser viajeros, teníamos encuentros que con el tiempo se convirtieron en amigos, que a su vez se volvieron familia.
El primer viaje al extranjero era el reto a cumplir; se planeaba con boleto de ida y vuelta (pero deseando que fuera sólo de ida porque, como dice el refrán, “nos queríamos comer al mundo”); sin embargo, no hay fecha que no se cumpla y el regreso siempre fue cargado de vivencias y, definitivamente, con muchas ganas del próximo viaje naciendo ya.
Viajar no es cosa fácil; ser viajero es todavía más difícil, hay que tener disciplina, madurez para ir aceptando el reto de vivir en el viaje, de adaptarse a lo que se vaya presentando; pero sobre todo, hay que tener la actitud de ser viajeros, porque si queremos viajar y esperamos que todo sea como en casa, más valdría que no saliéramos de ella.
El viajar es un ejercicio de resistencia, compromisos, observación, ganas de gozar, recordar (y mil verbos más que podemos conjugar). El viajar es como vivir: no se sabe con certeza nada, pero se puede aprender todo; como la vida, es un proceso de madurez, y la verdad yo quiero vivir viajando y madurando…
Mi próximo viaje es a mi cocina, a preparar los recuerdos que se han ido grabando en cada año que ha llegado a mi vida; las primeras, donde cocinaba mi abuela; las siguientes, donde lo hacia mi madre; y ahora, donde me toca cocinar a mí. Recuerdos cargados de sabores, y recuerdos que nutren a la familia y la unen alrededor de la mesa.
Viajemos con entusiasmo, en nuestras tradiciones; iniciemos el Año Nuevo con una actitud de agradecimiento y enfrentémoslo con alegría. El viaje puede que nos acumule exceso de equipaje, pero vale la pena. Hoy el reto es vivir como viajeros en la ruta, porque si sobrevivimos, llegaremos cargados de memorias.
Y en mis recuerdos, algo de Juan Rulfo y su Pedro Páramo:
“Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer, las mañanas, el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida…”
Si logras leer, entender y sentir esto, ya eres un viajero profesional.
Y ya que toqué al gran Rulfo, no dejen de leer, que en los libros se puede viajar sin salir de casa.
Betty Vázquez, Chef.
www.garzacanela.com