Carta Editorial 151
Un verano lleno de experiencias que quedarán imborrables en la memoria de miles de niños y niñas que vacacionaron antes de regresar a clases, y que después estas memorias sean anécdotas y relatos de grandes hazañas o aventuras con los compañeros de salón (porque para un niño eso significan unas vacaciones); una aventura en la que desde la carretera pueden ya por fin ver el mar; entrar impacientes al lobby de un hotel, con una mirada que parece más bien un scanner laser, rastreando y reconociendo los puntos más divertidos o más interesantes; la prisa por tirarse a la piscina, hacer castillos en la arena y ¡por fin!, desafiar esas olas inmensas (que en realidad no rebasan un metro); o el primer viaje en avión y todo lo que conlleva pasar los filtros de seguridad, sentirse agentes secretos tratando de detectar a los malos en un aeropuerto o ver pasar a esos oficiales que lucen diferentes, que en sus gorras llevan alas como insignias y que caminan tranquilos acompañados de unas señoritas que, sin hacer filas, entran directamente al avión, sonreírles e inmediatamente pensar: “¡cuando sea grande quiero ser piloto!”…
¿Y qué tal tener en las manos un pase ilimitado para las atracciones de Disney? Qué bonito problema el de no saber por dónde empezar; o que no importe hacer largas filas para adentrarse a The Wizarding World of Harry Potter; ver los animales de cerca en el zoológico y salir con la firme convicción de también querer ser veterinario o sentirse un famoso arqueólogo recorriendo las ruinas prehispánicas, ya sean mayas, mexicas o de cualquier otra cultura prehispánica que tenemos como legado cultural; esto junto con tantas ciudades coloniales que tiene nuestro México, donde descubres esas leyendas que abundan… como también abundan parques naturales con montañas para escalar y ríos que cruzar, y como un experto explorador montar veloces corceles (aunque se traten de ponys de paseo).
No importa qué tipo de vacaciones pueda recibir un niño de sus padres, el punto es que seamos conscientes todos los que integramos la industria turística de la importancia de una experiencia positiva en las vacaciones de una familia; éstas pueden ser determinantes en el futuro de una persona que se está formando. No pretendo ser dramático ni mucho menos, pero en mi particular opinión y con más sentido común que otra cosa, si unos padres de familia invierten en unas vacaciones familiares, esta inversión debería ser tan rentable como la educación y el alimento, pues unas buenas vacaciones también otorgan eso: una educación al observar cómo son profesionales todos quienes los atienden, desde el agente de viajes que busca con esmero la mejor opción, hasta el servicio en el hotel elegido y el trato en las instalaciones de las atracciones y actividades contratadas, que comprueben que lo que “dice el folleto” es real. Si no es así, nuestros pequeños además de frustrar sus ilusiones, corren el riesgo de ver a padres enojados, impotentes ante una honestidad que se fue con esas vacaciones de ensueño. Creo que nadie quiere eso en la memoria de un hijo, pues una grata experiencia alimentará el alma de ellos e influirá en un crecimiento sano de estos pequeños (en todos los sentidos).
Por supuesto hay vacaciones para todas las edades, gustos y presupuestos, y es así como esta temporada veraniega que recién llega a su fin me trae el recuerdo de mis vacaciones que, afortunadamente y gracias a mi familia, tengo como tesoros invaluables en mi corazón.